lunes, 12 de noviembre de 2012

Búscate la vida


Sin haber tenido una vida fácil ni resuelta, siempre había a mi lado un hombre que se hacía notar. Primero, mi padre, después mi marido. Y yo parecía ir con la corriente, dejarme llevar.

En estos meses no sólo he descubierto que les gustaba asumir más protagonismo del que quizá se merecían, sino que por primera vez en mucho tiempo me busco la vida por mi misma.

¡Y las cosas van saliendo!

No estoy sola en todo esto, la parte femenina de mi familia, la única que queda, mi madre y mi hermana, y la parte masculina, mis hijos, mi cuñado, junto con mis amigos y compañeros de trabajo, son parte fundamental de esta nueva vida, en la que me muevo ligera, rápida, ágil y felina.

Nos ayudamos mutuamente y ese reflejo de espejo nos da una satisfacción especial.

En esta etapa de 'búscate la vida' no pueden faltar mi agradecimiento a todos y cada uno, porque sin ellos, nada de esto sería posible y nada sería igual de valioso.

Y pronto, muy pronto... ¡el ascenso profesional!


jueves, 8 de noviembre de 2012

Lulú





Se estaba quedando helada. Esperando bajo la lluvia, con esa absurda y romántica manía suya de quedar junto a la estatua del insigne escritor en lugar de quedar en un bar, se estaba empapando, por mucho paraguas de diseño o a pesar de eso, ya que era mínimo y por el capricho de Santi de que en sus citas clandestinas  llevara minifalda y medias con liguero.

Se estaba retrasando o era ella quien quizás se había adelantado. Miró con nerviosismo su reloj y constató que así era. Su ansiedad por el rencuentro había hecho que se acicalara a una hora bien temprana y eso le estaba pasando factura. Necesitaba ir al baño, entre otras cosas para retocarse el maquillaje. Ya no estaba segura del resultado, aunque antes de salir de casa confirmara que estaba radiante.

Lucrecia o Lulú, como la llamaban todos, subida en sus altos y finos tacones, paseaba a un lado y otro de la plaza, siempre sin despegar los ojos de la estatua a la que daba nombre, deseando verle aparecer.

Y Santi sin llegar…

Al otro lado de la plaza, un hombre sentado en un pequeño velador de un café, miraba los paseos de la mujer sin apartar sus ojos de ella.

Llevaba tanto tiempo siguiéndola que estaba seguro de conocerla bien. Ahora ella se giraría, volvería a mirar la hora en su muñeca y consciente del retraso de su amado, encendería un cigarrillo. Durante ese breve espacio de tiempo, mientras el encendedor iluminaba su rostro él podría volver a ver sus ojos, su pequeña y respingona nariz, sus jugosos labios, la piel sonrosada de sus mejillas…

Cuando aceptó aquel trabajo anodino, insulso y rutinario no se le ocurrió pensar, ni por lo más remoto, que podría aficionarse tanto a su compañía y que incluso en noches como aquella llegara a admitir que se había enamorado de Lulú.

En ocasiones, como ahora, soñaba despierto. Pasaba el tiempo y el hombre al que esperaba Lulú le daba plantón,  no aparecía, ni daba señales de vida y ella en su desesperación se refugiaba en el bar donde estaba él, vigilante, anhelante, hasta que finalmente acababa cobijándola en sus brazos, ella rendida ante él y perdidamente enamorada…

Sacudió con fuerza la cabeza, era demasiado romántico para este siglo que le había tocado vivir y para la profesión que había escogido. Debería haber nacido en otra época y haber sido juglar…  Eso decía su madre.

Mientras tanto, un hombre alto, fuerte y de pelo casi blanco vigilaba también los paseos de la mujer desde un portal, al resguardo de la lluvia y de la luz de las farolas de la plaza. Santi no se había demorado, bien al contrario, llevaba horas allí, su avión no se había retrasado como le había hecho creer a Lulú. 

Simplemente, tenía miedo y ese miedo le impedía acercarse a ella. Lo que tenía que decirle, la decisión que le habían obligado a tomar iba a hacerle mucho daño y él era un cobarde, por esa razón estaba casi decidido a no aparecer, a seguir escondido entre las sombras, esperando que Lulú terminara por marcharse a casa, pensando cualquier cosa de él...


domingo, 4 de noviembre de 2012

Espinas




A ti, que no sabemos nada el uno del otro desde hace tanto ...

Es a ti, una de mis espinas, de esas que llevo clavadas desde hace años en el corazón, a quien hoy escribo, a quien hoy recuerdan mis letras.

El pensamiento, la imaginación, sueños recurrentes, palabras escritas, lugares, coincidencias que hacen que vuelvas de nuevo a mi. 

El tiempo nos dibujó en un espacio ajeno a nosotros y fue imposible hacernos con él.

Y la vida no nos dejó disfrutarnos, no nos dejó querernos, como quizás, no lo sé,   nos hubiéramos merecido amar.

Tus infinitos problemas, mis interminables quebraderos de cabeza. 
Tu desconfianza, mis prisas. 
Tu premura, mi sensibilidad. 
Tu tristeza, mis tormentas.
Tu susceptibilidad, mi crudeza.

No era el momento. 

Cogimos un tren equivocado en una estación destruida por el tiempo. Nos sentamos en bancos desgastados, agotados por nuestra eterna lucha interior y no supimos darnos ni mantener el calor que buscábamos el uno del otro.

No tuvimos paciencia. No nos supimos o no nos quisimos esperar, qué se yo...

Recuerdo tu mirada, tus brazos apretándome fuerte contra ti, tus besos de sabores, suaves, ansiosos, desesperados, cálidos, anhelantes...

Y sonrío con ternura al recordar tantos y tantos momentos, tantas confidencias en calurosas tardes, un sólo día de verano, ni una sola noche de amor...

Las jugadas del destino hoy me hacen añorarte y escribir de ti.

Espero que seas feliz.